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Los Programas de Transferencias Monetarias Condicionadas y Focalizadas, como el Prospera (originalmente Progresa y luego Oportunidades, lo llamaremos POP), se instauraron con la finalidad de: 1) reducir la pobreza extrema (no la pobreza a secas), “rompiendo la transmisión intergeneracional” de ésta y, 2) hacer un uso “eficiente de los recursos”, focalizando las transferencias monetarias a grupos en pobreza extrema.

El otorgamiento de las transferencias es condicionado a la asistencia de los hijos a la escuela y de los miembros del hogar a las revisiones y pláticas médicas. El condicionamiento responde a dos prejuicios que se tienen sobre los pobres. 1) que, debido a que son personas poco educadas, no tienen la capacidad de tomar decisiones sobre lo que les favorece, por lo que hay que obligarlas a enviar a sus hijos a la escuela; y, 2) que los apoyos a los pobres deben ser siempre a cambio de algo (trabajo o búsqueda de trabajo, estudio), de lo contrario se conformarán con lo que reciben y no realizarán esfuerzo alguno para superar su pobreza.

De igual forma, el POP supone que, una vez elevado el nivel educacional de los beneficiarios, podrán salir de su condición de pobreza, ya que estarán en condiciones para competir en el mercado laboral por salarios más elevados. Sin embargo, no se tiene evidencia de que ello se hayan cumplido a cabalidad en los 20 años que lleva funcionando el POP. De esta forma, según la evaluación cuantitativa sobre el impacto en empleo, salarios y movilidad social, Rodríguez y Freije señalan que “Los jóvenes encuestados en localidades beneficiarias de Oportunidades se encuentran en una posición menos favorable que sus similares en zonas rurales en general”, además de que “en términos de mejora de hijos respecto de los padres no se encuentra que haya algún efecto importante.

El POP inició su funcionamiento en 1997 cubriendo a 300 mil familias, para 2001 lo recibían ya 3.2 millones de familias y en 2014 se cubrían, según cifras oficiales, a 6 millones de familias, lo que equivale a 30 millones de personas, una cuarta parte de la población nacional. El programa permitió reducir, hasta cierto grado, la intensidad de la pobreza de los hogares beneficiados, pero muy pocos dejaron de ser pobres, por lo cual la pobreza en 2014 seguía siendo casi igual que en 1992 (76% de pobres por ingresos según el Método de Medición Integrada de la Pobreza, MMIP y 53% según cifras del CONEVAL).

Por otra parte, las transferencias otorgadas por el POP tienen un impacto casi nulo en la pobreza. Para constatar lo anterior, comparamos (en el cuadro anexo) la pobreza por ingresos total y extrema del CONEVAL, con la que resulta al cotejar las líneas de pobreza de este organismo con el ingreso de los hogares, pero sin las transferencias del POP. Como se muestra en el cuadro, en 2014, el POP redujo en sólo 1% la pobreza total por ingresos y en 2.4% la pobreza extrema.

Una de las graves deficiencias que presentan los PTMCF, y que fueron señaladas desde el inicio de su puesta en marcha, está en incurrir en elevados errores de exclusión (EE) y de inclusión (EI). Es decir, al privilegiar la focalización para evitar que los que no son pobres extremos reciban los recursos (EI) y, así, “hacer un uso más eficiente de los recursos”, se deja fuera de los programas de transferencias a un porcentaje importante de los pobres extremos (EE). Lo anterior provoca que los pobres extremos excluidos por la focalización continúen con problemas de desnutrición y retraso en el crecimiento en edad temprana, lo que tiene no sólo un costo social elevado, sino también económico, porque en el mediano y largo plazo se elevan los gastos en salud de la población excluida, pero, además, se afecta su productividad laboral en la adultez. De acuerdo con Cornia y Stewart el costo del error de exclusión es aún mayor que el de incluir a toda la población mediante programas universales.

En los 20 años de funcionamiento del POP, ambos tipos de error han continuado siendo muy elevados, a pesar del crecimiento en la cobertura. Según cálculos que he realizado con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), 2014, el POP presenta un EE de 58%, es decir, casi el 60% de los hogares pobres extremos por ingreso no lo reciben. El error de inclusión también es grave, ya que 52% de los hogares que lo reciben no son pobres extremos por ingresos. Las fallas en la focalización son tales, que más de un millón de hogares, la quinta parte de los que lo reciben ni siquiera son pobres según los parámetros del CONEVAL.

El POP no cumplió la promesa de ser un programa eficiente en su focalización, pero lo más grave es que tampoco ha contribuido a resolver los problemas de la pobreza y de la pobreza extrema, porque la mayoría de los hogares en esta condición ha sido excluida de los beneficios que debería recibir. No podemos continuar con una estrategia de “lucha contra la pobreza” fallida basada en la focalización. La cobertura universal es la alternativa óptima.

 

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