Pocos habrán olvidado –quizás él, por conveniencia– al Vicente Fox Quesada de los últimos años en la Presidencia. Sin más, daba lástima. Dábamos lástima todos los mexicanos. Roto el sueño de un nuevo amanecer para México, rodeado de sátrapas, tepocatas, víboras prietas y zánganos, Fox hablaba sandeces (como hoy) al grado que muchos nos preguntamos si estaba bien de la cabeza. Rompió protocolos, salpicó de baba la Banda Presidencial, violó la Ley Electoral, olvidó su rol como Jefe del Ejecutivo y se fue hundiendo, hundiendo, hasta quedar en lo que es: ese guiñapo, ese trapo avejentado y sucio; uno más entre los traidores, uno más entre la bola de inútiles que ha gobernado México desde hace mucho tiempo.
Sin embargo, pensamos que no se podía llegar más bajo. Y más bajo (no lo digo yo: lo dicen las encuestas) está el Presidente Enrique Peña Nieto. Puedo citar a los encuestadores y no lo haré porque es ocioso: es, simplemente, el mandatario con el menor índice de aprobación en la Historia de México o, al menos, desde que se mide.
Pero el Gobierno federal ha gastado aproximadamente 30 mil millones de pesos en publicidad oficial. Treinta mil millones que no se fueron a combatir la pobreza, la desigualdad o la inseguridad. Se fueron a dueños de medios y políticos.
Cito a Fundar: “En 2015, el gasto federal en publicidad oficial ascendió a más de 9 mil 619 millones de pesos, 248 veces mayor que el operado por el programa de Defensa de los Derechos Humanos el mismo año”.
En su primer año, 2013, Peña Nieto gastó 7 mil 611 millones de pesos en promocionarse; Felipe Calderón gastó en su primer año 5 mil 624 millones de pesos en lo mismo y Fox, 3 mil 736 millones.
El gasto va en ascenso, el derroche es obsceno y yo les garantizo una cosa: ninguno de esos tres individuos (Fox, Calderón y Peña) podrían caminar una cuadra sin recibir, al menos, una mentada.